Para empezar, en este drama no hay verdadero romance. El matrimonio ideal que Noburu cree tener es una ilusión. Su mujer Aiko es su primer amor desde la muerte de su novia del secundario, está hipnotizado por ella. Aiko parece dulce, tiene la voz aguda y la manera de hablar de un personaje adolescente de animé. A mí me resulta un poco irritante, pero forma un interesante contraste con las cosas descaradas y crueles que llega a decir esa vocecita. La relación adúltera con su jefe tampoco es de amor, es de lujuria y capricho, mezclada quizás con ambición y una cierta perversión.
Noburu y la esposa del jefe forman una especie de alianza que los ayuda a descubrir y enfrentar la realidad del engaño, y planear lo que deben hacer al respecto. No es tan obvio como parecería, ya que el jefe y su mujer tienen un hijo muy pequeño, y Noburu siente que le debe su rehabilitación emocional a Aiko. Los engañados la pasan aún peor, porque los dos adúlteros no tienen ni el más mínimo sentimiento de culpa, son malos, malos, malísimos y hasta podrían llegar a torcer la situación en su favor. La trama se vuelve más entretenida cuando los intereses de los dos infieles divergen y se empiezan a manipular entre sí.
El desenlace es predecible, pero es entretenido el desarrollo. Hay un par de vueltas de tuerca que agregan interés.
La música es más de serie de misterio que romántica.